lunes, 1 de junio de 2009


Un profesor de la universidad de Bologna, al que conoceremos como “il professorino” que imparte la asignatura Historia de las religiones, acaba quemado de los libros, con los que lleva tratando todo su vida, y decide un buen día, tirarse al monte, esto es, dejar la Universidad, dejar su coche abandonado bajo un puente y arrojar su documentación al río, a fin de que no le sigan la pista, dado que los carabinieri están detrás suyo. Sus pasos lo llevan a las proximidades de un pequeño pueblo, en el norte llamado Bagnolo San Vito, por donde pasa el río Po.

Antes de darse el piro el profesor coge cien libros, obras de arte manuscrita, con aspecto de incunables, que han marcado su vida anterior, los abre en el suelo y sobre ellos clava unos clavos de buen grosor que los dejan apuntalados como a Jesús en la cruz, de ahí su título cento chiodi, los cien clavos.

Ese cambio no es tan radical como el que he visto en la ya comentadaHacia rutas salvajes, donde su protagonista era un joven que además de quere romper con todo, anhelaba una soledad, una soledad que a menudo suele devorar a quienes la desean. En este caso el profesor, no busca la soledad, sino cambiar de aires, romper con la hipocresía y encontrarse a sí mismo, recuperar esa humanidad que el da por perdida, o que cuando menos no ha encontrado en los libros que ha leído, palabras escritas que se le antojan como papel muerto, insignificante, pletórico de palabras huecas. Vale más un café que todos los libros que he leído dice.

La revolución pasa por recuperar la esencia, la fe en el ser humano, no en la religión, ni en los cultos, ni en las palabras de Jesús, que le ofrece el pueblo que descubre, lleno de buena gente, que se entregan con el corazón abierto, y en el que encuentra diversión, conversación y también cariño, un pueblo que se ve amenazado por el progreso, ya que las autoridades planean construir un puerto fluvial en donde viven.







todos los libros del mundo no valen un café con un amigo













(Gracias Luigi)

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